Según los nuevos datos mundiales la penalización de la
práctica no impide que las mujeres aborten.
Recientemente revista Lancet
(una de las más prestigiosas del mundo) publicó una serie de datos (en combinación con la OMS y el Instituto Guttmacher) que estaría muy pero muy
bueno que los conozcan, que los analicen y que actúen en consecuencia.
Para arrancar con los ojos bien abiertos empecemos sabiendo
que en el mundo uno de cada cuatro embarazos termina en aborto. Esto es algo
así como aproximadamente 56 millones al año. Si, 56.000.000 (cuando uno pone
mucho ceros se da cuenta del valor enorme que representa). Mucho pero mucho.
De todos esos millones de abortos si los dividimos entre
países desarrollados y no desarrollados se observa que en los últimos 25 años
en los estados más adinerados y con políticas destinadas sobre todo a la
anticoncepción la tasa disminuyó significativamente. En cambio, en los países
en vías de desarrollo, o sea lo más pobres y sin políticas destinadas a la
disminución de las tasas abortivas, obviamente la tasa se mantuvo constante.
¡Qué bueno que no subió! Podrías decir, pero dado la
población creciente esa constante significa un aumento en la cantidad de
abortos. Dentro de esos porcentajes tenemos el orgullo latino de ostentar el
aumento más alto del mundo de 23% a 32%, mientras que en Asia del Sur y Central
(de 17% a 25%), y en África del Sur fue de 17% a 24%.
Si bien nos sorprende, suena bastante lógico que si no se
hace nada para prevenir algo, ese algo se va a agrandar. Ponele el nombre que
quieras, desidia, pereza, incompetencia, religión, falta de voluntad política,
y miles de etcéteras más. Todas esas palabras son sinónimos de mucha gente que
muere por intentar tapar el sol con la mano.
Pero lo “mejor” está por venir.
Básicamente el dato más importante es que según los nuevos
datos mundiales la penalización del aborto no impide que las mujeres aborten.
Es decir que el número de abortos cada 1.000 mujeres es similar (entre 34 a 37)
en los países donde el aborto está absolutamente prohibido y los países donde
las leyes permiten abortar. Si, así de simple, que te lo prohíban no cambia
nada. Bah si, cambia y mucho.
¿Qué cambia?
La calidad de vida de esas mujeres.
¿Por qué?
Porque se estima que en los países en vías de desarrollo, en
donde las leyes de aborto tienden a ser altamente restrictivas, unas 6,9
millones de mujeres recibieron tratamiento por complicaciones de abortos
inseguros. O sea, se mueren o la pasan mal por hacer un aborto en condiciones
nefastas de salubridad.
En otras palabras asegurarse que las mujeres (y sus parejas)
tengan acceso a métodos y estrategias en las cuales se les dé la posibilidad de
optar y que, por supuesto, tengan una amplia gama de información disponible es
una manera consistente y correcta de mantener políticas adecuadas de salud
pública.
¿Y por qué decimos esto?
Fundamentalmente porque se estima que existen 225 millones
de mujeres que viven en regiones en desarrollo que tienen una necesidad
insatisfecha de anticonceptivos modernos. Es decir, que quieren evitar un
embarazo pero, o bien no están usando anticonceptivos , o están utilizando
métodos tradicionales, que pueden tener altas tasas de fracaso.
La otra cara de esta demanda se observa en que la mayoría de
las mujeres en situación de aborto llegan a ese estado porque no tenían
intención de quedar embarazadas. Y que el 81% de los embarazos no deseados en
dichos países en desarrollo se producen entre las mujeres que tienen una
necesidad insatisfecha de anticonceptivos modernos. Todo cierra.
Entonces ¿Cuál podría ser una posible solución?
Una opción muy válida y coherente con los resultados
científicos sería satisfacer la necesidad insatisfecha de anticoncepción para
la reducción de los embarazos no deseados, abortos y nacimientos no
planificados.
Que sepan estos datos es mucho. Que entiendan que la ciencia
nos acerca a la verdad es mucho más. Que a partir de este conocimiento exijamos
políticas basadas en envidencias científicas, es todo.
Más ciencia, más que nunca, es más libertad.
Fuente: Clarín (Dr. Fabricio Ballarini. Investigador CONICET. Laboratorio
de Memoria, IBCN, Facultad de Medicina (UBA)
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